Mi nombre es Sofía Bentancor, y en mi tiempo libre me gusta escribir sobre política... Bueno, no. Pero sobre temas igual de importantes. Si te interesa tener evidencia de que hay gente igual o más demente que vos, te recomiendo que me leas... o no. Mejor no te recomiendo nada, después me vienen a acusar de mala influencia y se pudre todo. Sé libre. Yo no te dije nada.

lunes, 11 de noviembre de 2013

Kaput

Desde el lunes pasado que no dejo de pensar en qué voy a hacer la temida pero inevitable noche de luna llena en que la mujer de la guadaña toque el timbre de casa. Tanto miedo le tengo que el otro día no le atendí a la señora de la OSE que estaba pidiendo el consumo porque pensé que era la Muerte para consumar mi defunción.
Hace una semana que no salgo de casa porque me estremezco al pensar que sigue allí, sentada en el cordón de la vereda, esperando que saque un pie de casa para decirme que ya es hora de partir. La verdad es que desde el dos mil nueve, cuando los Testigos de Jehová se empeñaban en convertirme, que no tengo un miedo tan paralizante como este a espiar por la mirilla de mi puerta y preguntar quién es. 
Busco consuelo en Internet, en foros de discusión sobre el más allá, aunque en verdad creo que está más acá que allá, a la vuelta de la esquina.
Alguien está tocando el timbre sobrenaturalmente despacio, ring... ring... ring. Ahora me arrepiento de no haber blindado la puerta. No tengo alternativa, mi momento ha llegado. Bajo lentamente las escaleras hasta la puerta: la única división que me queda entre esta vida y la otra. Espío por la mirilla en puntas de pie, conteniendo el aliento. Y allí está, impertérrita, devolviéndome la mirada. Silencio sepulcral. No puedo vivir para siempre encerrada en esta casa; ya no quedan provisiones en la heladera, excepto un plato de comida de perro y, con ese panorama, la muerte comienza a ser más apetecible. Respiro profundo, escucho mi corazón latiendo más fuerte que nunca, busco las llaves con manos temblorosas y coloco la correcta en la cerradura. Una vuelta, dos; cierro los ojos, pongo mi mano en el pestillo y deslizo lentamente la puerta.
La puta madre, Testigos de Jehová. 




domingo, 1 de septiembre de 2013

Un texto para hacer tiempo y no estudiar

No son de despreciar las cualidades intrínsecas a nuestra especie; el pensamiento abstracto, el  lógico y la capacidad de relacionar todo con el sexo de alguna manera.  De todas formas,  ninguna de estas cosas me sorprende tanto como nuestra habilidad para esquivar los deberes con la excusa de tener otras cosas importantes para hacer. Un ejemplo claro es el mío: recién me pasé una hora arreglando el costurero, no solo preseleccioné y seleccioné agujas y alfileres, sino que también ordené los hilos de coser por color, y, lo que es más triste aún, luego me sentí orgullosa de mi labor.
El ser humano es un animal social y vago. Busca razones para no hacer lo que tiene pendiente y se convence de que son válidas. Esto me parece maravilloso, ya que si nos ponemos a pensar somos la única especie que se esfuerza más en ver cómo no hacer las cosas que en dejarse de joder y hacerlas. Un gato a lo Garfield que se pasa echado todo el día no se ve muy estresado ante el prospecto de un interminable letargo. Es diferente con las personas;  disimulamos la vagancia con tareas como ordenar costureros, pintar habitaciones… y escribir en blogs. Las tareas que nos sirven para esquivar otras tareas terminan siendo más entretenidas que las que tenemos que hacer porque… bueno, las hacemos de onda. Nadie nos está mirando, ni diciéndonos que lo que hacemos es una porquería porque seguramente no se inventó un método de evaluación para “la mejor búsqueda de malas palabras en el diccionario”. Somos un poco tímidos; tenemos pánico escénico y nos escondemos tras bastidores actualizando nuestros estados de Facebook y opinando boludeces en Twitter.
Igual, esta búsqueda de actividades extracurriculares pelotudas no se da todo el tiempo. Es un fenómeno general el de empezar el año con todas las energías. Me levanto por las mañanas con grandes ambiciones: “este año voy a estudiar otro idioma, empezar violín y encontrar la cura para el cáncer leyendo la parte de atrás de un envase de champú”. Pero ya a mitad de año, cuando el frío pega y lo que mata es la humedad, me arrastro de la cama por las mañanas con humildes objetivos: “primero saco un pie, esa es la peor parte”. Y lo jodido es que ni siquiera llegué a la parte del curso donde está todo el pescado vendido, recién tiré la caña.
Lo que me da más pena es que cuando me dispongo a estudiar y me siento a leer, mágica e inesperadamente todo a mi alrededor se vuelve más interesante: el color del cielo se intensifica, la feta rancia de jamón de oferta que queda en la heladera se vuelve un manjar celestial, mis uñas están extrañamente largas y los platos sucios que están en la cocina se convierten en una tarea emocionante. En esos momentos me doy cuenta de que el mundo conspira contra mi desarrollo académico. Nunca hago más tareas domésticas que cuando se asoma en el horizonte un parcial, por lo que mi madre le saca jugo a mi ataque de productividad contraproducente. Puede haber manchas en mi escolaridad pero los platos siempre están limpitos.
No hay dudas de que mi cerebro se toma un paseo cuando estoy paspando moscas, de vacaciones, pero cuando hay que estudiar tiene pila de propuestas para hacerme: “¿y si leemos el diario? Viste que hay que estar informado. ¿Y si vamos a visitar a un amigo? Las amistades hay que cultivarlas, no te querés morir sola, ¿no?… ¿y si miramos esa serie que te dijeron hace un año pero nunca te dignaste a ver? Mirá que son muchas temporadas, mejor empezar ahora antes de que te consigas un laburo… ¿y si hacemos una comida elaborada y sana? Sino vas a ser gorda y te va a venir un infarto.  

Y así es que terminé acá. La cocina reluciente, una tarta en el horno, el costurero que parece ordenado por una persona con trastorno obsesivo compulsivo y una montaña de repartidos por leer. Pero tenía que hacer esto, era necesario, esencial. Además, no se puede cortar el momento de inspiración, es sacrilegio. Si no dejara que fluya mi creatividad evasora de tareas engorrosas, el mundo sería un lugar más feo, o menos neurótico. No sé. Lo que sé es que no le puedo privar al pobre mundo de esto. Sí, estoy escribiendo para postergar el momento de hacer lo que tengo que hacer. No me juzgues. ¡Opa!, creo que se termina por acá el texto porque a mi cerebro se le ocurrió empezar una revolución en contra del imperialismo yanqui. Pero después te juro que estudio.

sábado, 20 de abril de 2013

Oda al café


Oh café, tú, amigo de la vigilia y el estudio. Compañero de la leche y enemigo del té, que es propio del cobarde. Tu color negro es como un aljibe cuyo fondo no alcanzo ver, y cuando lo vislumbro, pues te he terminado y solo quedan los restos de azúcar. No es que haya azúcar en un aljibe, pero todo sea por la poesía de estas palabras. Tal vez podrías semejar más un abismo de cuyo borde penden mis labios, salvo que no me da vértigo el café... mas si se me cae el rostro dentro me quemo. Quizá entonces, tú, café, en este cráter de taza, eres como la lava de un volcán, ahí sí me quemo sin dudas. Aunque las quemaduras de café se pueden solucionar con un poco de Dr. Selby y las de lava... bueno, no. Además, es ciertamente dificultoso caerse en una taza, incluso tropezarse resultaría improbable ya que tendría que ser una taza bastante grande. Como ves, tu complejidad no me permite usar a mi antojo los recursos literarios por miedo a la herejía. Complejidad que se simplifica al verterte en una taza, ya que todas las dudas y confusiones de desvanecen al verte allí, humeando rebosante e invitándome a mezclarte con leche y meterte en el microondas mientras se hacen las tostadas. Tú, dueño del elixir de los ojerosos, esa pócima que me pone en pie al alba: la cafeína. Cafeína! Nombre que parece pertenecer a una diosa del Olimpo, diosa de la mitología contemporánea del estudiante y del trabajador. Cuando corres por mis venas, la sangre se aparta para darte paso y cada célula se arrodilla deslumbrada. Tu reino: las plantaciones de café, y tus templos de adoración: las cafeterías, dan fe de tu calidad de monarca mundial, rey de las mañanas, pues a quien madruga, el café lo ayuda. Oh café! Aquí estás, a mi lado, brindándome la oportunidad de honrarte y a su vez, dándome ánimos de continuar a medida que avivas cada célula de mi cuerpo y engañas a mi cerebro para que crea no estar exhausto. Compañero de estudio y colega de trabajo, gracias por tu bondad frente a los bostezos y tu piedad a los infieles bebedores de té y mate. Café, musa de este texto y combustible de estas manos que escriben... mierda, te enfriaste.




viernes, 8 de marzo de 2013

Día de la mujer


Hoy me levanté sintiéndome especial y no sabía por qué, hasta que me llegó un mensaje de Ancel deseándome un feliz día. Me sentí única, irrepetible, inigualable; como millones de mujeres. Ahí fue cuando me dije: “Chau, es el día de la mujer. Hoy es mi día. Con razón tengo este sentimiento de alegría y un positivismo casi molesto”. Así que salí con altas expectativas, como si fuera mi cumpleaños. Esperaba que la gente me parara en la calle para felicitarme por haber salido mujer, pero nada. Pensé que iba a haber algún descuento por tener tetas, pero no. Creí que alguna persona me iba a preguntar algo como: “¿Y qué sentiste cuando te enteraste que eras mujer?”. Y… mirá, no mucha cosa. Miré para abajo y no había nada. Pensé que se habían confundido y en vez de cortarme el cordón umbilical, me habían cortado el asunto. Viste las cosas que pasan cuando uno se distrae un poco. Nunca corras ni traigas a luz a un bebé con tijeras.
Igual nunca estuve cien por ciento segura de mi sexo hasta que me perforaron las orejas. Ese día milagroso que salí con caravanas, comprendí cuál era mi destino. No sé si decirte que me copó: cuando sos un bebé y no hay juguetes disponibles, supongo que es más divertido ser varón y poder hacer de cuenta que tenés un joystick. Y es más divertido mear si podés apuntar al adulto que te está cambiando el pañal. Pero dejando eso de lado, estaba bastante cómoda con lo que me había tocado.
Hoy en día, en el único momento que quiero ser hombre es cuando me estoy meando y no hay ningún baño a la vista. Injusticias anatómicas.
Ta, igual me sentí orgullosa de mi sexo todo el día. Salvo cuando vi un cartel de Activia.  
¡Feliz día de la concha!

domingo, 3 de marzo de 2013

No sé qué escribir


No sé qué escribir, la puta que me parió. Perdón mamá. Así que voy a escribir sobre escribir. ¡Ven a mí, inspiración! Ya inspiré y mis pulmones se llenaron de aire. Hablando de respiración, tendría que aspirar, el piso esta excesivamente mugriento. Tan mugriento que estoy pensando en no caminar en medias. Pero me encanta caminar en medias, especialmente porque soy la única en la casa que lo hace, me da una sensación de rebeldía. No, rebeldía no; originalidad. Dentro de los parámetros de las cuatro paredes de mi casa, claro está. Todos tenemos nuestros límites.
Escribir sobre escribir. Ahora no tengo más ganar de escribir sobre escribir, pero me embola tener que subir un párrafo con el mouse y borrar la frase que decía de qué iba a tratar el texto así que voy a escribir muchas veces la palabra escribir y sus sinónimos para dar la sensación de que en este párrafo estoy evidentemente profundizando en el tema que presenté en el primero, cuando en verdad solo estoy divagando. No es que me moleste escribir sobre redactar (o redactar sobre escribir), pero con mis conocimientos de lo que es escribir podría pasar horas y horas en frente a la computadora mirando una mosca caminando por el monitor, más específicamente sobre la hoja de Word, atraída por la luz o el adsl. Ahora no hay una mosca en la pantalla, lo que me impide no escribir sobre escribir mientras intento escribir sobre escribir, sabiendo que voy a fallar en el intento. Así que me resigno a seguir tipiando ya que no hay mosca que me salve. Pero yo quería escribir, por lo que no me puedo quejar mucho de la ausencia de mosca, ya que está ayudándome a escribir sobre lo que su ausencia me provoca.
Siguiente párrafo. Ejem, ¿de qué hablo ahora? Hay que llenar espacios, demasiada presión. Me siento un cirujano cardíaco que perdió el corazón del donante en el 104 y llega a la sala de operaciones con un “no saben lo que me pasó”. Por supuesto que ese contratiempo se puede solucionar con un poco de sentido común, un corazón de vaca y un “Señora, lo siento tanto, no soportó la operación...”. Pero mi problema requiere imaginación, de la cual carezco en este momento, o la capacidad de payar, la cual está tomando las riendas de este texto.
Creo que este va a ser el ultimo párrafo, tengo la sensación de que se está apagando la lucecita del paye. Se debilita, me tengo que apurar. ¿Qué comentario puedo agregar? Algo que resalte lo tratado en lo escrito…
A la flauta que soy deforme.  

lunes, 11 de febrero de 2013

Comida


Los que me conocen saben que tengo alma de gorda. Y cerebro de gorda. Y ojos de gorda. El noventa por ciento de las veces que la gente me ve mutando mirando un punto fijo estoy pensando en ravioles, gramajo, choripanes, asado, helado, y a veces una combinación de todos. La gorda que vive dentro de mí no come solo por placer, sino que también lo ve como un deber.
El problema es que cuando se trata de comida soy muy fácil... se podría decir que soy una puta por la comida. Es mi talón de Aquiles. No solo soy capaz de desplazarme largas distancias para poder comer algo (gratis, en lo posible) sino que lo hago aunque mi heladera tenga comida apetecible (cosa que no suele suceder) porque bueno... el pasto siempre es más verde al otro lado de la cerca. O en la heladera ajena.
A veces sufro de algo llamado en el ámbito del psicoanálisis como “la impotencia de la gorda interna” que se manifiesta cuando me doy cuenta de que no me queda más espacio en el estómago y sigue habiendo mucha comida por probar en la mesa . Allí comienzan las etapas que dejan en evidencia a las personas que sufren de mi condición:
1- Negación: “No puede ser que haya comido tanto”.
2- Ira: “¡¿Quién carajo hace milanesas napolitanas sin avisar que hay torta de chocolate de postre?!”
3- Negociación: “Cortate un pedacito de la torta y lo dividimos entre los dos”.
4- Depresión: ”¿Qué va a ser de mí sin saber cuál es el sabor de esa torta?.
5- Aceptación: “Ya era, hasta que no baje la puta milanesa no me queda otra que quedarme en el molde”.
Por supuesto que agarré algo de entrenamiento, y luego de varios años sé cuál es mi límite, por lo que distribuyo los manjares con relativa coherencia. Salvo que haya papas fritas, si hay papas fritas se me va todo el criterio a la mierda. Es por eso que cuando voy a un restorán tengo que hacer un esfuerzo monumental para que, cuando el mozo me pregunta “¿Qué va a pedir?”, no decirle “Papas fritas” porque suele contestarme diciendo “¿Acompañando qué?” y, honestamente, no puedo evitar reaccionar dando un puñetazo a la mesa y diciendo “¡Acompañando papas fritas, imbécil!”. Yo pienso que esta actitud que tengo con respecto a las papas fritas es consecuencia de una infancia con escasez de las mismas, pero mi psicólogo dice que deje de inventar boludeces y que tengo que estar medicada. El jueves pasado en La Pasiva no había más ketchup y me vino un ataque de pánico.
Pensé en extirpar a la gorda interna para ahorrarme tanto lío pero ya se hizo un lugar en mi corazón, y los médicos dicen que si la intentan amputar me puedo morir. Probé la hipnosis pero apenas entraba en trance mi subconsciente agarraba el teléfono para llamar al McDelivery.
Así es que debo vivir con esta condición de amor incondicional a la comida y decirme todas las mañanas al levantarme: “Solo por hoy no voy a mirar el Gourmet”. 

jueves, 20 de diciembre de 2012

Recomendaciones para un fin del mundo más ameno


Si se está prendiendo fuego, tenga la amabilidad de alejarse de la multitud para que su torpeza no provoque cremaciones masivas.
Póngase protector solar, el sol está que pica.
En caso de lluvia de meteoritos, use paraguas.
Grite, grite mucho y corra en círculos en la vía pública para causar pánico a los transeúntes y hacer del apocalipsis uno más hollywoodense.
Átese bien los cordones de los championes.
Use championes para poder huir de tsunamis y extraterrestres con láseres.
Agregue como amigo en Facebook a un extraterrestre y establezca una amistad que le asegure protección durante el apocalipsis.
Compre una propiedad en la luna, el tema del oxígeno déjelo en manos de las corporaciones.
Si alguien se le adelanta e intenta robar el mismo banco que usted a- mátelo b- hágalo su compañero apocalíptico, después de todo, ya sabrá usted que los fines del mundo son muy solitarios y no querrá terminar hablando con una pelota de volleyball.
Ah, robe un banco.
Con los tsunamis y huracanes que va a haber este 21 de diciembre, puede agarrarse un catarro de la masita: use Vick VapoRub y cómprese caramelos de miel y guaco.
Use como escudo humano a Arjona, Ricardo Fort, Tinelli, el que inventó Pare de Sufrir y los supositorios, y contribuya a que la raza humana post-apocalíptica prescinda de la boludez y el sadismo.
Si decide tomar el camino rápido y suicidarse, asegúrese de que la soga con la que se ahorcará sea lo suficientemente resistente, no sea cosa de que se rompa y usted pase un papelón que encima suban a Youtube. Si considera que esto es muy mainstream, tírese de un edificio intentando apuntar a algún peatón desprevenido: si se va al más allá por lo menos diviértase mientras lo hace.
Estudie con cuidado a sus amigos y determine cuáles son los más aptos a sobrevivir al fin del mundo. Una idea para descartar a los rezagados: instale cámaras ocultas en un cuarto, y en una mesa coloque una cuchilla, un tenedor y un kilo de asado. El que logre agarrar la cuchilla primero y se corte el pedazo más grande es el elegido. Si reparte equitativamente es un marica.
Hágase una lista de reproducción con temas dignos de escuchar en el día del juicio final. El fin del mundo necesita su propio soundtrack.
Compre forros y pínchelos. Trate de tener relaciones con la mayor cantidad de mujeres con el chamullo de que se acaba el mundo. A las minitas les encanta. De esta manera no solo se asegurará un polvo apocalíptico, que no es cosa de todos los días, sino que tendrá mayores posibilidades de que sus genes perduren luego del juicio final.
Si usted es mujer, no se fíe de los hombres que le ofrezcan tirar una cana al aire.
En la playa, empuje al agua a las señoras que se paren en la orilla... porque pinta.
Mámese hasta las patas, le va a doler menos el final y, mire el lado positivo: ¡no va a tener que pensar en la resaca del día siguiente!
Si llega a haber apagón como andan diciendo en las redes sociales, no vale la pena ni intentar vivir: ignore todos los consejos anteriores pues no podrá subir fotos de usted aplicando los tips para un fin del mundo ameno. Y lo que es peor, nadie le pondrá “me gusta” ni “jaja, qué capo” y seamos honestos, ¿quién quiere vivir en un mundo así?